Valle Sagrado, tesoros secretos de la cultura inca

Valle Sagrado, tesoros secretos de la cultura inca

La ruta que se extiende de Cuzco al Machu Picchu guarda los restos de una de las mayores civilizaciones precolombinas

Es temporada de lluvias. Un manto de nubes cubre durante dos meses Perú. Los ríos se despeñan ahora cargados de lodos y turbulencias desde las cumbres de los Andes. Un momento perfecto para recorrer el Valle Sagrado de los incas, pero de una manera que ni los propios incas hubieran imaginado jamás: en balsa de ráfting.
La experiencia la ofertan docenas de empresas de turismo activo que se asoman a los soportales de la plaza de Armas de Cuzco, y se me ha ocurrido que sería una forma original de aproximarme a este río de nombre sonoro, Urubamba, y de connotaciones mágicas que nace en el nudo de Vilca-nota y a lo largo de su recorrido cambia varias veces de nombre: Huambutiyo,Vilcanota,Cusipata. Urubamba y finalmente Ucayali. nombre que conservará ya hasta su desembocadura en el gran río eterno, el Amazonas.
El Urubamba medio riega un largo valle encajado entre altivas montañas al norte de Cuzco, la antigua capital del Tahuantinsuyu (nombre original del Imperio inca, que significa en lengua quechua «las cuatro regiones»), pero a una cota 600 metros por debajo de aquélla. Gracias a esa menor altitud, el valle goza de un microclima y una fertilidad que permitió a los incas establecer en él lo que sería el granero de su imperio.
Una balsa de plástico amarillo chillón y un grupo de compañeros ataviados con chaleco salvavidas y casco protector puede ser una forma irreverente de acercarse a un valle sagrado, pero desde aquí dentro, en el fragor de los rápidos de aguas achocolatadas que zarandean la embarcación como si fuera una nave de totora, el paisaje de maizales, eucaliptos y aldeas de adobe se disfruta de una manera mucho más especial. Entre rápido y rápido llegan zonas tranquilas de aguas mansas donde darse un baño. Al abrigo del tráfico de la carretera, se me antoja que la vida ha variado muy poco en este valle sagrado del Urubamba desde la época precolombina.
El descenso comercial que he contratado acaba en Pisac, en la Pisac moderna, donde cada domingo se celebra el mercado semanal más famoso de la región. Aprovecho para subir en taxi a la otra Pisac, la incaica, una de las ruinas más interesantes y ciclópeas del valle. Desde donde deja el vehículo hasta la entrada a la ciudadela hay un buen tramo caminando por un estrecho sendero. La altura hace su efecto y el resuello se pierde, pero una vez alcanzada la primera puerta de piedra que da acceso a la ciudadela, la sensación de asfixia se torna excitación ante la grandiosidad de los restos. Quedan en buen estado de conservación varios templos y el centro de ceremonias, con un reloj de sol tallado en la piedra, y muchas viviendas y muros de grandes sillares engastados como su fueran un rompecabezas. Hacia abajo, escalonados en el barranco, se observan los bancales cuyos cultivos abastecían de comida a la ciudad en caso de asedio.


Excavado por el río Urubamba, el Valle Sagrado es el corazón histórico inca. Abierto a 15 kilómetros al norte de Cuzco, su altitud de 2.800 metros garantiza un clima benigno.

El valle en su visita tradicional

Hay maneras más confortables de seguir el Uru-bamba. La más conocida es a bordo del ferrocarril construido en la década de 1930 que enlaza Cuzco con las ruinas de Machu Picchu a través del Valle Sagrado. Un viaje inolvidable a través de quebradas de vértigo y hermosos valles en el corazón de lo que fue el Imperio inca. Construir el ferrocarril por una orografía tan compleja supuso un gran reto tecnológico. Las pendientes que hay que salvar son tan pronunciadas que no sirven las curvas normales de un trazado férreo y en ocasiones, como ocurre entre la salida de Cuzco y la estación de Poroy (a sólo 20 minutos de la ciudad), necesita sortearlas mediante cambios de dirección sucesivos adelante y atrás, lo que aquí llaman «el zigzag».
Antes de iniciar mi viaje por el Valle Sagrado me sumerjo en la vorágine costumbrista de Cuzco, una de las ciudades más monumentales y sorprendentes no sólo de Perú, sino de toda Sudamérica. Son nueve siglos de historia escritos en piedras ciclópeas en estas alturas andinas. Primero como capital del imperio de los incas, que le dieron su nombre en quechua: Qo’sco. Después, como asentamiento de gran importancia para los conquistadores españoles. Y ahora, como emblema de la cultura mestiza de Perú. Sobre los cimientos pétreos de las construcciones incas se elevan templos y palacios coloniales españoles y edificios civiles de la actual república. Una yuxtaposición de estilos que se palpa también en el paisaje humano, en las fiestas y en las manifestaciones religiosas de la ciudad.
La plaza de Armas de Cuzco, como casi todo el casco histórico de la ciudad, fue hasta hace unos años un batiburrillo anárquico de tenderetes, infraviviendas y mercadillos tumultuosos, de olores a anticucho (pinchos de carne) y chicha (cerveza de maíz), de regueros de agua y de humo. De vida. en definitiva, pero también de suciedad. Un ingente programa de rehabilitación ha logrado rescatar buena parte del tremendo catálogo de iglesias, monasterios, palacios y viviendas civiles de esta urbe inclasificable. Para mi gusto, la plaza de Armas, el ombligo del Cuzco incaico y principal escenario urbano tras la conquista, ha perdido sabor local, pero ha ganado en magnificencia. La catedral, la iglesia de la Compañía de Jesús o las casas con balconadas de madera que se asoman a ella son un decorado perfecto para sentarse a descansar con la luz del atardecer o iniciar cualquier paseo urbano en busca de los entresijos cuzqueños.
Intento abordar una ciudad tan turística como ésta desde otro punto de vista. Para ello voy hasta la sala de exposiciones del Scotia Bank, en el palacio del Inca Tupac Yupanqui, donde hay una exposición permanente del fotógrafo Martín Chambi, el gran retratista del Perú indígena y mestizo. Chambi vivió en Cuzco desde 1920 hasta su muerte en 1973 y allí dio vida a una de las más valiosas producciones fotográficas de Sudaméri-ca. Sus instantáneas en blanco y negro, dotadas de gran carga indigenista y de una poderosa narrativa documental, muestran las tensiones que sacudían su entorno. Una sociedad dividida entre un pasado glorioso y un presente de atraso. Una visión de Cuzco no tan lejana a la actual.


En 1536, Manco Inca hizo de Sacsayhuamán su base para reconquistar un Cuzco en manos de los españoles. De esa ciudadela sólo restan los sillares más grandes, de hasta 300 toneladas de peso.Por la noche quedo a cenar con su nieto. Teo Allain Chambi, encargado de la fundación que gestiona la obra de su abuelo. Paseamos por la calle de Hatunrumiyoc, donde está la archifotogra-fiada piedra de los doce ángulos, y me doy cuenta de que Cuzco ha cambiado muy poco desde que Chambi anduvo por aquí con su cámara de placas. «Lo llamaron poeta de la luz. maestro del claroscuro. el Rembrandt cuzqueño. Pero ante todo creo que Chambi fue un apasionado, un hombre que vivió y trabajó para la fotografía», dice su nieto.
El tren hacia Machu Picchu sale muy temprano desde la estación de Cuzco. Hay dos servicios, el Hiram Bingham. de lujo tipo Orient Express y precios desorbitantes sólo apto para turistas adinerados, y el de los mochileros, algo más económico y austero. Los primeros kilómetros discurren por barriadas interminables de casas de adobe y chapa metálica que forman el extrarradio de la ciudad. El tren circula por aquí cansino, como si le costara despertarse tras el madrugón. Cuzco se ve imponente y extensa allá abajo, éntrela niebla gris del amanecer, como un mapamundi de campanarios, bóvedas y tejas de medio cañón. Luego llega el famoso zigzag y la locomotora se tiene que emplear a fondo para arrastrar los vagones hacia adelante y hacia atrás a fin de salvar las laderas que rodean la ciudad. Hasta que por fin ganamos altura y nos sumergimos en un mundo cada vez más verde y húmedo que anuncia la cercanía de la selva amazónica.
Aunque no se pueda ver desde el tren, en las afueras de Cuzco se alzan las ruinas de Sacsay-huamán. la gran fortaleza ceremonial inca, construida con gigantescos sillares de granito encajados de manera tan perfecta que aún hoy nos preguntamos cómo pudieron adquirir los incas semejante destreza técnica. En Sacsayhuamán se celebraban los grandes cultos y festividades al dios Sol. La visita al yacimiento se suele completar con tres ruinas cercanas más pequeñas pero * igual de impactantes, que hablan de las infraes- | tructuras de ingeniería civil y religiosa con que los -incas dotaron a su imperio. Se trata de Tambo Ma-chay, un sistema de canales, acueductos y balsas que se cree estuvieron destinados al culto al agua; Pukapukara, una especie de parada de postas y centro de vigilancia que daba servicio a la calzada imperial hacia Ollantaytambo, y Qenko, otro centro ceremonial lleno de canalizaciones y grabados que representan animales totémicos para los incas: el puma, el cóndor y la llama.


En la aldea de Maras a 3.380 metros de altitud, se excavaron terrazas en medio de la montaña, pero no para ser cultivadas, sino para extraer de ellas la sal. Aunque la población fue fundada en 1556, sus salinas han sido explotadas desde el tiempo de los incas.

La dura vida en las alturas

Quienes viajen en coche pueden parar en lugares como Calca, Chinchero. Moray o Salinas, pueblos donde lo pintoresco del paisaje y la profu-sión de yacimientos incaicos no logra ocultar la dureza de la vida en estos valles de altura. Toda vía hoy, como en tiempos de los incas, el maíz y la papa son la base de la subsistencia y buena parte de la población vive apegada a los ciclos agrícolas, como sus antepasados del imperio, o a trabajos arcaicos, como la extracción de sal de forma manual en las salinas de Maras, uno de los lugares más sorprendentes del valle. Teo Chambi me contaba la noche pasada que el grupo de ro-sacruces al que pertenece recauda dinero para donar cocinas solares a las familias más pobres del valle a fin de que puedan calentar la comida sin usar la escasa leña o los poco higiénicos excrementos de llama como combustible.
El tren lleva otra ruta. Pasa por Anta y se va luego en busca del cauce del Urubamba en Ollantaytambo. Estamos ya en pleno Valle Sagrado y el Urubamba se descuelga por aquí con una fuerza inusitada, un torrente de aguas marrones capaces de tragarse lo que se ponga por delante. Como Cuzco. Ollantaytambo conserva buena parle de la planimetría y el adoquinado de época inca, lo que le ha convertido en otra de las atracciones turísticas del valle. Arriba se alza la fortaleza desde la que las tropas del soberano Manco Inca tuvieron en jaque a los soldados de Francisco Pizarro en 1536.
Tras Ollantaytambo, la vía férrea circula en paralelo al río, en uno de los tramos más espectaculares del recorrido. Y cuando el paisaje ya ha abandonado las asperezas de la sierra para convertirse en un decorado selvático aparece por fin Aguas Calientes, la estación final creada para dar acceso a las ruinas de Machu Picchu.
La ciudad de Aguas Calientes, a la que sólo se puede llegar en tren o a pie por el Camino Inca, es un espectáculo en sí misma. En apenas un par de décadas ha pasado de ser un olvidado poblado maderero a convertirse en una alocada ciudad de frontera creada para acoger a los visitantes. A sus calles embarradas asoman cientos de albergues, pensiones y locales baratos de todo tipo, con un urbanismo tan caótico que uno nunca sabe si todo está a medio construir o a medio derruir. Las vías del tren cruzan por mitad de la calle principal, tan cerca de las casas que parece que los vagones se vayan a empotrar en uno de los comedores. Y por todos lados se ven jóvenes con:

La profusión de yacimientos incas del Valle Sagrado hace olvidar la dureza de la vida en estas tierras, en las que el maíz y la papa siguen siendo la base de la subsistencia


Ollantaytambo es el mejor ejemplo de planificación urbana inca. Aún hoy, sus habitantes conservan muy arraigadas sus tradiciones andinas.

  • AUTOR Paco Nadal es escritor, fotógrafo y guionista de documentales. Colaborador del diario El País y de las principales revistas de viajes, lleva Perú en el corazón y lo ha recorrido en multitud de ocasiones a pie, en coche, en tren e incluso haciendo ráfting.

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