A pie por la Gran Ruta Inca

A pie por la Gran Ruta Inca

La compleja y extensa red de carreteras incas desde Colombia a Chile

Imagine una carretera principal de 6.000 kilómetros de longitud, construida sin la ayuda de la rueda ni de las herramientas modernas. Imagine un pavimento de piedra de hasta 20 metros de anchura, escaleras esculpidas que ascienden a altitudes de más de 4.500 metros, pasarelas sobre agua y puentes colgantes que salvan ríos turbulentos. Imagine a un corredor solitario, un chasqui, relevándose con otros para llevar mensajes en cordones anudados llamados quipus de un extremo al otro del imperio, o imagine miles de soldados marchando en fila, con sus pasos atronando al acercarse. Imagine depósitos, refugios, apriscos de llamas, albergues y puestos militares repartidos de forma intermitente a lo largo de esa ruta. O al propio Inca, el soberano del imperio, sentado en una litera ribeteada de plumas y adornada con oro y plata, transportado por más de 80 nobles mientras el camino que transita su cortejo es barrido y adornado con pétalos…
Con una extensión de más de 6.000 kilómetros a lo largo de la columna vertebral de los Andes, el Qhapaq Ñan (la Gran Ruta Inca) fue la vía principal del imperio de los hijos del sol. Desde el sur de Colombia, a través de Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina hasta llegar a Santiago de Chile, actuó como el eje central de un sistema vial que cubría entre 40.000 y 60.000 kilómetros. El Qhapaq Ñan conectaba regiones pobladas, importantes centros administrativos y ceremoniales, así como enclaves agrícolas y mineros, contribuyendo a la unificación del inmenso y heterogéneo Imperio inca, y haciendo de él uno de los centros políticos mejor organizados del mundo.
Las referencias a esta ruta se remontan a la conquista española de 1532, y las hicieron los primeros europeos que pisaron esta tierra llamada Virú o Birú. Asi, Hernando Piza-rro, hermanastro de Francisco, el conquistador del Perú, escribió: «La carretera de montaña es algo que merece la pena ver. Caminos así no se ven en ningún lugar de la cristiandad en un terreno tan escarpado como éste. Casi todos están pavimentados».

Asombro de los conquistadores

Más de una década después, el joven soldado Pedro de Cieza de León observaba en su Crónico del Perú: «Creo que en toda la historia del hombre no ha habido noticia de una grandiosidad como la que se aprecia en esta carretera que cruza profundos valles y elevadas montañas, cumbres nevadas y cascadas, por roca viva y por el borde de sinuosos torrentes. En todos estos lugares, la carretera está bien construida, bien escalonada en las laderas de las montañas, excavada en la roca viva a lo largo de las riberas de los ríos y reforzada con muros de contención, construida con escalones y puntos de descanso en las cumbres nevadas, y mantenida limpia y exenta de escombros en toda su extensión». La carretera desempeñó una importante función en el éxito de los conquistadores, pues creaba una ruta bien definida, llena de puentes, alojamientos y suministros en su avance hacia Cuzco. Aun así, el sistema de caminos, gestionado con tanta eficacia durante los tiempos de los incas, acabaría sucumbiendo a la desorganización hispana. Las vías, pensadas para chasquis y llamas, empezaron a ser pisoteadas por los pesados cascos de los caballos españoles y el trasiego de ruedas allí | donde el terreno lo permitía. Con el paso del tiempo, fueron engullidas por la tierra que anteriormente dominaban. El interés revivió cuando el explorador alemán Alexander von Humboldt escribió sobre esos caminos durante su expedición a las Américas a principios del siglo XIX, observando: «El gran camino del Inca fue una de las obras más útiles y al mismo tiempo más gigantescas jamás llevadas a cabo por el hombre». A ello siguieron varias tentativas de trazarla por parte de hombres como el cartógrafo Antonio Raimondi en 1875 y el padre León Strube Erdmann en 1963, pero sus trabajos se basaron esencialmente en la documentación escrita de los siglos XVI y XVII, y apenas en la exploración. El arqueólogo estadounidense John Hyslop intentó desafiar esta carencia investigando sobre el terreno diferentes tramos del sistema de carreteras, pero no fue hasta 1999 cuando se documentó la ruta físicamente, en un tramo continuo entre Quito y La Paz. Y lo hizo un peruano en solitario, Ricardo Espinosa. Su trabajo devolvió la ruta a un primer plano para captar la atención de su país. Cuando Perú la propuso como candidata a Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 2001, los otros cinco países por los que transcurre siguieron el ejemplo. Hoy, la ruta opta a ser incluida en la lista del Patrimonio Mundial, la primera ocasión en que varios países participan en la designación de una obra compartida.

Joyas históricas y naturales

La Gran Ruta Inca es sinónimo de tesoros arqueológicos, varios de los cuales ya forman parte de la Lista del Patrimonio de la Humanidad, como los centros históricos de Quito y Cuenca en Ecuador; Cuzco y el Valle Sagrado en Perú, y Tiahuanaco en Bolivia. Pero posee asimismo miles de enclaves de menor envergadura que necesitan protección urgente, como Huánuco, en Perú,que en estos últimos años ha sido víctima de escandalosos aclos vandálicos.
La ruta transcurre también por 15 de los 100 ecosistemas de Sudamérica, de los que cuatro están en peligro, como el Yungas peruano y la Selva Seca del Marañón, y cruza parte del último habitat que se conserva de oso de antifaz, cóndor andino y vicuña. Además, atraviesa la cordillera de los Andes, una inmensa cuenca que provee de agua a los habitantes tanto de los valles como de la costa. Ciertas situaciones son alarmantes, como la del lago Chinchaycocha, en Perú, sometido a contaminantes procedentes de las minas cercanas que arrasan su ecosistema y ponen en peligro la vida de sus habitantes.
El Qhapaq Ñan transcurre por regiones indígenas con una cultura profundamente arraigada en el pasado, y también en peligro por una modernidad que amenaza con desmembrar familias y tradiciones. La ruta tiene el potencial de actuar como catalizador entre las comunidades y como un medio para recuperar y fortalecer una identidad que ha sufrido siglos de opresión. El Inka Naani, un proyecto de desarrollo sostenible basado en las comunidades de las tierras altas del centro de Perú, es un ejemplo excelente de la re-vitalización de la memoria colectiva del pueblo, al recuperar sus tradiciones y relatos orales relacionados con esta ruta.
Hoy, la Gran Ruta Inca pervive. Un itinerario épico que rivaliza con la Ruta de la Seda o el sistema de vías romano, y una maravilla para quienes quieran recorrerla a pie. Tramos pavimentados tan anchos como autopistas, sistemas de canales para mantener los pies secos, muros de contención adosados a las laderas de las montañas y apachetas que indican un camino que une aldeas, ciudades y tesoros arqueológicos. Pero lo más importante, el Qhapaq Ñan conecta multitud de poblaciones andinas que mantienen vivas sus tradiciones y posee el potencial de revi-talizar y reforzar una identidad común.
Casi todos los viajeros están ya familiarizados con el Camino Inca, una caminata de 43 kilómetros que transcurre por el valle del Urubamba hasta Machu Picchu, pero pocos saben que se trata de una porción minúscula del antiguo sistema de vías. Encontrar la Gran Ruta Inca, sin embargo, no es tarea fácil. Los mapas son poco fiables y la infraestructura turística es casi inexistente, de modo que a menudo es preciso caminar 40 kilómetros al día hasta encontrar refugio. Aun asi, para los que ansian experimentar parle de esta maravillosa ruta hay dos tramos a los que es posible acceder y que son conocidos por su belleza, su aislamiento y su valor cultural.
En Ecuador, el tramo entre Achupallas e Ingapirca es uno de los mejor conservados del país. Se trata de una caminata de tres días que comienza en el pueblo de Achupallas, al norte del yacimiento de Ingapirca, y que sigue el trazado de la antigua carretera a lo largo de un puerto de montaña de 4.200 metros. Por el camino pueden apreciarse las ruinas de varios yacimientos y vestigios de la carretera original, como canales, tramos pavimentados y cimientos de puentes. Es una caminata solitaria, de modo que hay que prever con antelación la provisión de comida y el equipo de acampada, pero merecerá la pena para los viajeros ávidos de aventura.
En Perú es posible recorrer uno de los tramos más espléndidos de la ruta Inka Naani, nombre que recibe allí, y también el de un proyecto de turismo sostenible comunitario que cubre un trekking de 80 kilómetros. Organizado en Huaraz por el Centro de Viaje Responsable de Yachaqui Wayi, a su vez gestionado por las comunidades quechua de las montañas aledañas, la caminata comienza cerca de Huari, en las tierras altas centrales, y concluye en el yacimiento arqueológico de Huánuco Pampa. El Inka Naani lleva al viajero por puertos a 4.500 metros de altitud, a lo largo de frondosos valles. Es posible pernoctar en los pueblos y comer en las comunidades. Recorrer a pie este tramo supone no sólo presenciar el esplendor de la ruta, sino también compartir la experiencia con las comunidades a las que ésta pertenece.


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