El irreal paisaje de desierto y océano

El irreal paisaje de desierto y océano

Culturas antiquisimas, ciudades coloniales y mares de dunas hacen del litoral peruano un lugar que hay que descubrir

Farallones, acantilados y dunas. Playas sin arenas blancas ni palmeras que regalen sombras. Orillas sin exceso de verdor junto a un mar de aguas agitadas y casi siempre frías. Éste es el paisaje que tengo al alcance de mi vista en la Reserva Nacional de Paracas, un rincón costero ajeno a los panoramas paradisiacos -tan perfectos, tan tentadores- que se ven en las postales de otros mares. Aquí, frente aun mar generoso, predominan las brisas vespertinas que se convierten en vientos ariscos, los espacios yermos y desolados. los paisajes agrestes apenas suavizados por el revoloteo de las aves marinas… También las olas que revientan poderosas contra grandiosos roquedales o acarician la piel de los médanos y dunas. Desierto y mar. En Paracas, estos dos gigantes se confabulan para crear escenarios de rara belleza: pampas resecas en las que sólo llueve arena, caletas pesqueras de bravia inquietud. valles agrícolas que parecen un espejismo pero que en realidad son un milagro…
El Perú de la costa es distinto al país que tantos esperan encontrar. El litoral serpentea entre las cumbres tutelares de los Andes y los sempiternos embales del Pacífico, sin grandes montañas ni ríos de cauces irresistibles, sin muros incas ni reminiscencias andinas. Es un Perú con fragancia oceánica y sabor a cebiche, el potaje marino por excelencia.
La zona de Paracas es el punto final de un pe-riplo fascinante que, a partir de Lima, me llevó a recorrer la costa del Pacífico. Primero al norte, hasta Trujillo y Sipán, y después al sur, hasta Pisco y Paracas. Con el rumor de las olas como hilo conductor. mi ruta se ha adornado de baños de sol y descanso, y del descubrimiento de las raíces culturales de los primeros habitantes de Perú.
El eje de la ruta es la carretera Panamericana y el punto de inicio y regreso, el ombligo de mi viaje, es Lima, la capital del país, una urbe inabarcable donde viven más de ocho millones de personas.


Grandes extensiones de dunas definen la desértica costa sureña de Perú, sobre todo la que bordea el litoral de lca.

Rumbo a un territorio desapacible

El día que me dirigí hacia el norte amaneció mustio. Me alejé en autobús del caos de Lima a través de curvas cerradas y de los precipicios de vértigo del Pasamayo. una muralla de arena y piedra que se alza a casi 1.000 metros del mar, el tramo más complicado de la ruta. Después, el camino transcurre tranquilo. Mi destino era Trujillo, a 561 kilómetros de la capital, unas ocho horas de viaje. El autobús penetró en un territorio desapacible de lluvias avaras, sometido a los vaivenes de El Niño, un calentamiento cíclico de las aguas de la corriente Peruana o de Humboldt que es la causa de profundas transformaciones en el mar (algunas espedes migran) y la tierra (los ríos se desbordan, los campos se inundan, el calor atosiga…). El fenómeno carece de rigurosidad cíclica, y aunque modifica las condiciones climatológicas en todo el país, sus mayores consecuencias se dan en el norte.
A pesar de todo, esta tierra ha estado habitada desde tiempos inmemoriales por personas que supieron adaptarse a ella y sembraron las bases de algunas de las sociedades prehispánicas más importantes del continente. Fueron gentes que retaron al mar con sus embarcaciones de totora (un junco sudamericano), buscaron agua en el subsuelo y construyeron pirámides con ladrillos de adobe. Ese pasado milenario sorprende, porque fue en este desierto donde surgió hace 5.000 años la primera civilización de Perú, la de caral. En el valle de Supe, cerca de la ciudad de Huacho, es donde se hallan las raices de los antiguos peruanos. De ese pasado quedan restos de pirámides y objetos arqueológicos, codiciados por los hua-queros (profanadores de los enclaves arqueológicos o huacas) para venderlos a mafias internacionales y acaudalados coleccionistas.
Las ruinas de Caral, así como las de Chan Chan más al norte, son sólo dos ejemplos de las culturas originarias de Perú (ver página 43). Caral está a mitad de camino de Trujillo, la «ciudad de la eterna primavera». Fue fundada por el conquistador Diego de Almagro el 6 de diciembre de 1534, y su nombre evoca a la ciudad ibérica que vio nacer al capitán Francisco Pizarro. De marcado acento virreinal y republicano, se muestra luminosa y tranquila en su plaza de Armas, que conserva casonas hidalgas en las que destacan las rejas de hierro forjado, su símbolo distintivo. Las últimas décadas vinieron cargadas de progreso gracias al éxito exportador de la agricultura costera. Modernidad, nuevas construcciones y centros comerciales alegran desde entonces su paisaje urbano. Pero, como nada es perfecto, también ha aumentado la criminalidad, así que una dosis de precaución es necesaria para una estancia más grata en esta ciudad.
Trujillo se deja conocer sin contratiempos siempre que el calor no apriete. Y cuando lo hace podemos acercarnos a Huanchaco, a 11 kilómetros, para deambular plácidamente por el muelle artesanal y ver en la orilla de la playa los caballitos de totora. Estas embarcaciones de tres o cuatro metros de largo y unos cuarenta kilos de peso se asemejan a un kayak. pero con la proa levantada. Conversar con los curtidos hombres de mar que «tejen» o trenzan estas embarcaciones y navegar sobre ellas justifica por sí solo el viaje. Gustosamente habría pasado todos los días navegando, pero no podía.

peru Los lobos marinos son algunos de los habitantes de las islas Ballestas, conocidas como «las Galápagos de los pobres». Las excursiones que las visitan parten de Pisco.
Las fachadas barrocas y las trabajadas verjas de hierro forjado dan a Trujillo su característico aroma colonial. Lo mismo que su nombre, que remite a la población extremeña que vio nacer al conquistador de esta tierras peruanas, Francisco Pizarra. Su fama de ciudad próspera no le ha impedido ser un vivero de revolucionarios. Asi, en 1820 fue la primera ciudad de Perú en proclamar su independencia de España.

  • AUTOR Rolly Valdivia es un periodista especializado en re -portajes de viaje. Nació en Lima, en el corazón de la costa peruana, y ha recorrido los valles y playas de su pais en innumerables ocasiones, descubriendo en cada uno de sus viajes nuevos atractivos.

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