El lugar donde la Tierra se abre

El lugar donde la Tierra se abre

La ciudad de Arequipa, recorrer el cañon del Colca y las islas del lago Titicaca son los reclamos del sur del país

Llegué a Arequipa a primera hora de la mañana en una confortable butaca-cama del autocar Royal Class que habla tomado en Ica. Atrás quedaban las islas Ballestas con su guano, la Reserva Nacional de Paracas con su arena e Ica con sus bodegas de pisco. Arequipa resultó ser como una nuez: dura y rugosa por fuera pero nutritiva por dentro. En torno a la ciudad, profundos cañones excavados por lluvias tan esporádicas que casi nunca tiñen el paisaje de verde conviven con volcanes de conos perfectos en cuyas cumbres los incas sacrificaban a niños para aplacar la ira de sus dioses. En Arequipa, los suburbios son una sucesión repetitiva de casas bajas. talleres, pequeñas industrias y descampados polvorientos recubiertos de migajas de plástico. El centro, en cambio, tiene la recia solidez de un pueblo castellano combinada con los colores, sabores, olores y ritmos de una metrópolis sudamericana. En un tranquilo hotel cercano a la catedral me reuní con mis compañeros de viaje: Carlos, un enfermero ex novio de una ex compañera de piso; Jodie, una geóloga inglesa que había conocido en Noruega; su novio Matt. y otros dos ingleses, Graham y Beth. Nos habíamos propuesto seguir la ruta trazada en 1929 por Robert Shi-ppee y George R. Johnson a través del cañón del Coica y el valle de los Volcanes. Antes, sin embargo, debíamos aprovisionarnos. Carlos, que llevaba un par de días en la ciudad y tenía un don innato para sumergirse en la cultura local, propuso una visita al mercado.

Juana Huamancuri dormitaba en su parada de jugos del mercado central de Arequipa. Era un día tranquilo y sin clientes debido a una manifestación de enfermeras mal pagadas en la plaza de Armas. Lo único remarcable en toda la jornada había sido la avalancha de papas negras y tarme-ñas en el puesto de Braulio Sihui. En el mercado, los vendedores aprovechan al máximo el reducido espacio de sus puestos apilando el género hasta casi tocar las vigas del techo, y no pasaba un día sin una inundación de tomates, rocotos, papas de todos los gustos y texturas, jofainas de plástico o cajas de gruesos panties de nailon color carne, ideales para el clima andino. Juana despeló de su sopar cuando Amarilis González, en el primer puesto junto al pasillo central, empezó a lanzar lisonjas a dos turistas españoles. Amarilis tiene el mejor puesto para atraer a los clientes locales, pero los extranjeros prefieren echar un vistazo antes de decidirse y suelen acabar en los puestos centrales, como el de Juana.


Dicen sus habitantes que «cuando la luna se separó de a tierra olvidó llevarse a Arequipa», en referencia al color blanco de sus edificios, el mismo que le ha valido el sobrenombre de «ciudad blanca». Su señorial plaza de Armas bulle de animación en cualquier momento del día.

Juegos de seducción

Todas las jugueras empezaron a llamar a los turistas con palabras lindas y seductoras mientras agitaban los diarios matutinos y ofrecían las sillas altas situadas frente a sus puestos. Todas sabían que la elección del cliente era un proceso que no dependía del volumen de sus voces ni de la vehemencia de sus gestos, sino del azar. Para muchas, la clave era un tono de voz aterciopelado; para otras, una mirada seductora potenciada con línea de ojos. Pero Juana creía que lo único que funcionaba, y sólo a veces, era una mirada franca acompañada de una sonrisa tranquilizadora. Como en tantas otras ocasiones, los turistas escogieron el puesto de Juana. Al verlo, las demás jugueras, como gobernadas por un invisible resorte, callaron a la vez. Todas menos la picara de Berta Vilca, cuyos comentarios concupiscentes sobre los extranjeros provocaron tanto la risa como el rubor de sus compañeras. Por suerte para Juana, Berta habia hablado en quechua.
Nuestro siguiente destino se hallaba a sólo 120 kilómetros de Arequipa, pero cuando, tras varias horas de autobús y un número infinito de paradas, nos apeamos en Cabanaconde. parecía que hubiéramos retrocedido un siglo en el tiempo. El pueblo tenía la parsimonia de los lugares donde la gente por la noche duerme, por el día se parte la espalda trabajando la tierra y su único ocio es conversar en la plaza Mayor bajo la luz difusa del ocaso. Partimos al día siguiente con las primeras luces del alba, acompañados por todos los perros del pueblo y por la mayoría de sus habitantes. Para los primeros éramos una posible fuente de alimento, mientras que para los segundos. que se dirigían a labrar sus campos durantelas horas más frescas del día. éramos unos locos extranjeros cuya presencia en la región no acertaban a comprender. Cabanaconde es un lugar poco frecuentado al que sólo acuden los caminantes que pretenden cruzar el cañón. La mayoría se queda en Chivay, en la parte alta del valle. para conocer las tumbas y terrazas de cultivo preincaicas. o llega al mirador de la Cruz del Cóndor para apreciar la impresionante caída hasta el río (el del Colca es uno de los cañones más profundos del mundo, con una depresión que varia entre los 1.000 y 3.000 metros) y observar, con suerte, a alguno de los últimos cóndores que todavía planean sobre los Andes.

Tras atravesar las parcelas delimitadas por mu-retes bajos de piedra que recubren el altiplano en tomo a Cabanaconde. comenzamos un empinado descenso entre bancales. Por delante nos esperaban 1.200 metros de desnivel hasta el rio Colca seguidos de 500 metros de ascenso hasta el pue-blecito de Choco, situado al otro lado del valle. Tras tres horas de marcha habíamos dejado atrás a los labriegos, sus cultivos y sus canes, y tan sólo permanecía a nuestro lado un tranquilo y silencioso perro pinto que se alimentaba de nuestras migajas y al que llamamos Bob. El animal parecía conocer nuestro destino, pues en las encrucijadas siempre tomaba el camino correcto mientras nosotros intentábamos ubicarnos en un mapa.
El paisaje que nos rodeaba ilustraba el inmenso poder de fuerzas geológicas diametral-mente opuestas. Por un lado, la erosión había excavado lenta y parsimoniosamente la roca andina para producir la profunda hendidura por la que caminábamos, mientras que por el otro, las fuerzas magmáticas habían vomitado en espasmos explosivos parte de las entrañas fundidas del planeta por las bocas de los volcanes que nos esperaban al final de nuestra ruta.
Proseguimos el descenso por un sendero sólo apto para muías que los lugareños habían excavado en las paredes ocres del cañón. Nos rodeaba una tierra yerma y pelada donde casi nada crecía y donde los pocos animales que la debían de habitar se ocultaban bajo las piedras durante las horas de máxima insolación. El sol golpeaba con dureza y para mi desgracia había desoído el sabio consejo de viajar ligero y con abundante agua. Me quedé rezagado, así que llegué tarde al puente colgante sobre el río Colca, con síntomas de des-hidratación y escasas fuerzas para ascender hasta Choco. Los ingleses habían seguido caminando, pero Carlos, afortunadamente, se había percatado de mi ausencia y me estaba esperando.

A pocas horas de distancia de Arequipa, los pueblos parecen de otro siglo, con esa parsimonia propia de los lugares en los que la gente duerme por la noche y se rompe la espalda trabajando la tierra por el día


Antes de excavar el cañón que lleva su nombre, el Colca abre un amplio valle en el que los habitantes de la zona cultivan productos básicos para su subsistencia, entre ellos el maíz.

Un arriero, un burro y una mula

El negocio había sido bueno para Martín Ñaupa-ri, pero ahora el tiempo se le echaba encima y tenía que apurar para volver a Chacas antes del anochecer. Frente a la única tienda de alimentos de Andagua. que también era estanco, oficina de correos y punto de venta de billetes de autobús, descargó las mochilas y se volvió hacia los españoles para cobrar sus servicios. Una vez solventado el tema económico, atajó los discursos de despedida y las palabras de agradecimiento y partió al trote arrastrando su mula por las riendas.
Todo había comenzado cuatro días antes, cuando sus futuros clientes llegaron a Choco arrastrándose con dosenormes mochilas a sus espaldas. Viajaban con cuatro ingleses que habían pasado la noche anterior en el pueblo y que tras comprobar que sus amigos seguían vivos continuaron la ruta. Los españoles, en cambio, nos quedamos en Choco para descansar y encontrar animales que cargasen con las mochilas durante el resto del camino. Aunque en el pueblo estaban acostumbrados a ver pasar extranjeros de vez en cuando, era poco habitual que se quedasen tanto tiempo y que además se pudiera hablar con ellos en la misma lengua. Martín fue de los primeros en venir a vernos y el único del pueblo con animales disponibles. Llegamos pronto a un acuerdo. A cambio de una cantidad de soles equivalente a la mitad de lo que ganaba con su cosecha anual de papas, Martín nos acompañaría hasta Andagua con su mula y el burro de un amigo por una ruta más directa pero más accidentada que la de los ingleses.


Situada a la entrada del cañón del Colca, Chivay es la capital de la provincia de Caylloma. Sus habitantes son conocidos por sus trajes tradicionales, ornamentados con primor.

La protección de la Pachamama

En Choco, medio pueblo salió a saludarnos, a saquear de manera consentida el botiquín que portaba Carlos y a explicarnos la historia de la localidad desde su fundación en 1859. El día siguiente partimos al alba mientras la madre de nuestro mulero, con varios cuyes (conejillos de Indias) enredados entre sus pies, invocaba a la Pachamama para que nos protegiera durante el camino.
Desde Choco necesitamos todo el dia para ascender los 1.700 metros de desnivel que nos separaban del paso más cercano hacia el valle de los Volcanes. Poco antes del paso, ya por encima délos 5.000 metros de altitud, nuestro burro sufrió de mal de altura y se desplomó sobre sus patas. A diferencia de la mula, el burro sólo había trabajado en torno a Choco y, por tanto, era el que estaba menos aclimatado de todos los presentes. Tardamos más de una hora en recuperar al animal y en trajinar las mochilas hasta el paso, que sólo conseguimos cruzar cuando el sol ya se ponía. Al cambiar de vertiente observamos con estupor cómo a nuestros pies se extendía una interminable tartera que Martín había olvidado mencionar y que explicaba por qué la ruta que seguíamos no era la más habitual a pesar de ser la más corta. Descendimos cuanto pudimos y casi a tientas hasta un refugio de pastores donde pasamos la noche.
El tercer día amaneció espléndido y despejado. Frente a nosotros, la tartera descendía hasta una fértil llanura de tierra volcánica junto a un pequeño embalse delimitado por una colada de lava negra sobre la que sobresalían los conos perfectos de varios volcanes jóvenes. Ese día hicimos noche en Chacas, junto al embalse, tras un descenso sin incidentes. El cuarto y último día dejamos al burro descansando en Chacas y partimos sólo con la mula hacia Andagua, nuestro destino final. Tras atravesar la colada de lava y un campo de cenizas volcánicas negras del que brotaban numerosas especies de plantas suculentas, llegamos a Andagua por una avenida de cactus parasitados por muérdago y muros que piedra pómez. Al llegar al centro del pueblo preguntamos por los ingleses, pero nadie sabia nada de ellos.
Un par de horas más tarde, mientras recuperábamos fuerzas tomando unas cervezas y una sopa criolla en la única cantina del pueblo, aparecieron Bob y los ingleses en la parte trasera de un camión. Jodie se había lesionado la rodilla y los demás estaban en un estado igual de deplorable. Bob, en cambio, seguía imperturbable y parecía haber ganado peso. Una hora más tarde partíamos en el autobús hacia Arequipa.
El día siguiente lo dedicamos a recuperarnos en la ciudad. Los que estábamos en mejor estado visitamos algunos edificios coloniales de estilo barroco arequipeño, caracterizado por su imaginería con fuertes influencias indígenas, y el Museo Santury, donde se conservan varias momias de niños sacrificados por los incas en las cumbres de los volcanes de la región. Entre ellas se encuentra la llamada Dama del Ampato, más conocida como momia Juanita. Por la tarde celebramos el final feliz de nuestra aventura en el Colca brindando con chicha en un restaurante de la plaza de Armas con vistas a la oscura mole del volcán Misti, que sobresale por encima de la blanca sillería de la catedral de Arequipa.

El pueblo de los taquileños se rige según un sistema de asamblea popular por consenso que usa como referencia el precepto moral ‘no robes, no mientas y no seas perezoso’


A sólo cinco kilómetros al este de Puno se hallan las famosas islas artificiales de los uros, un pequeño pueblo que se refugió en las aguas del Titicaca huyendo de la presión de sus vecinos incas y collas. Los uros las construyen usando los juncos flotantes de totora que crecen en abundancia en la parte baja del lago, y lo hacen superponiendo capas de este material que tienen que reponerse a medida que se pudren las de abajo. La isla más grande alberga varios edificios, incluidas tiendas de recuerdos para los numerosos visitantes.

En barco por el Titicaca

Guzmán Ordóñez no tenía muchas oportunidades para mostrar los conocimientos que estaba adquiriendo en sus estudios de antropología en la Universidad del Altiplano en Puno. Navegaba hacia Isla Taquile en una embarcación repleta de turistas en el lago Titicaca. Guzmán vivía en Puno, en uno de los suburbios que trepaban sobre las colinas de las afueras, pero durante la temporada turística se sacaba un sobresueldo trabajando en la isla donde había nacido. Por lo general evitaba hablar con los turistas para no tener que pasarse la travesía refutando tópicos como el del legendario origen de los incas en el lago Titicaca, que no se sustenta en ninguna prueba arqueológica. Esta vez, sin embargo, fue Guzmán quien inició la conversación tras dejar atrás la isla de los uros. Allí había observado a un par de españoles que no parecían dejarse engañar por el montaje turístico y parecían saber que la mayoría de los uros viven en tierra firme y han perdido todo contacto con sus tradiciones. Sólo quedan unas decenas de familias que siguen viviendo en las islas flotantes, y si lo hacen es porque les resulta rentable gracias al turismo.
El viajero más alto se alejó del grupo tras escuchar que las islas se construían abase de ir añadiendo continuamente fragmentos de totora en la superficie y exploró la isla por su cuenta. Pronto descubrió algunos elementos que demostraban que tenia buen ojo antropológico. Le atrajo, por ejemplo, el hornillo de barro donde los uros queman totora seca para cocinar y calentarse, y también supo comprender, al encontrar un ave joven atada tras una choza, que los uros usan cormoranes adiestrados para pescar.
Durante la conversación. Guzmán comprobó que estos españoles sabían diferenciar entre aymarás y quechuas. Sabían que el lago Titicaca es el centro de gravedad de los primeros y que la mayoría de los segundos se encuentra más al norte. Guzmán les explicó que esa separación geográfica es imprecisa y que hay pueblos como el suyo propio, el de los taquileños. que siguen hablando lenguas quechua a pesar de llevar más de 2.000 años viviendo en el lago. El joven estaba encantado de explicar a alguien sin enfrentarse a una expresión escéptica que el Imperio inca fue sólo un efímero sistema de gobierno instaurado en buena parte de lo que hoy llamamos Chile. Perú y Bolivia por una pequeña tribu quechua cercana a Cuzco. Antes y después de los incas hubo otros imperios que dominaron la región, como la cultura de Tiahuanaco. forjada por pobladores del lago Titicaca hacia el 1.500 a.C, o el virreinato del Perú creado por una «tribu» de barbudos llegados del otro lado del Atlántico.

Cuando la lancha se acercaba al muelle de Isla Taquile, la conversación derivó hacia la cultura de su pueblo. Guzmán sólo tuvo tiempo deexplicar que la población se rige mediante un sistema de gobierno comunal en el que todas las decisiones importantes se toman por consenso en una asamblea popular, usando como referencia el precepto moral quechua «ama sua, ama Hulla, ama qhilla», que literalmente significa «no robes, no mientas y no seas perezoso».
Mi amigo Carlos y yo nos miramos sorprendidos cuando Guzmán, con quien llevábamos una buena hora conversando, desapareció corriendo en cuanto la lancha amarró en el muelle de Taquile. Frente a nosotros se alzaba una larga y empinada escalinata de piedra que remontaba hasta la zona habitada de la isla. Ascendimos lentamente con los huesos aún doloridos por la experiencia del Colca, la noche de farra en Arequipa y el largo trayecto de autocar hasta Puno. En la entrada del pueblo nos esperaba un grupo de taquileños, con trajes tradicionales y gorros tejidos por ellos mismos, que tocaban música andina a modo de bienvenida. Carlos fue el primero en descubrir que el joven flautista que intentaba emboscarse entre sus compañeros no era otro que nuestro contertulio. Mientras nosotros nos carcajeábamos por algo que nadie más acertaba a comprender, Guzmán nos hizo un guiño de complicidad.


Los juncos de totora son el material con que el pueblo uro construye no sólo las islas en las que viven, sino también las paredes de sus casas y las embarcaciones con las que navegan por el Titicaca. No obstante, hoy son pocos los que mantienen su forma de vida tradicional.

  • AUTOR Miquel Ángel Rodríguez-Arias trabaja investigan do el clima como adjunto del director en el Instituí’ Catalán de Ciencias del Clima (IC3). En Perú, viaje que afrontó sin ningún tipo de preparación física, consiguió, al menos, ponerse en forma..
    «En el Colca, el Titicaca y el altiplano descubri la inquebrantable voluntad de unas gentes que, con un estoicismo que resulta particularmente admirable, luchan por salir adelante en una de las regiones más inhóspitas del planeta».

¿Virgen o Pachamama?

Elementos precolombinos tiñen las fiestas cristianas

Perú es una mezcla de tradiciones que los poderes que han controlado la zona, llámense Imperio inca, Virreinato o República del Perú, han intentado someter. La respuesta ha sido el sincretismo, una adaptación simbólica de las creencias indígenas a las de sus nuevos amos. Así, el mundo espiritual de muchos quechuas y aymarás actuales no es seguramente muy diferente al de sus antepasados. Hoy, ofrecer a la Pachamama o Madre Tierra parte del liquido que se va consumir es todavía un gesto habitual en el altiplano, aunque es en las fiestas religiosas donde mejor se comprueba la pervivencia de los rituales prehispánicos.

Procesiones y rituales de origen remoto

Considerada la capital folclórica de Perú, Puno celebra durante la primera quincena de febrero un festival cuyo acto central es la procesión de la Virgen de la Candelaria. La procesión no es muy diferente de las nuestras, pero en torno a ella se organiza una competición de bandas y grupos de danzantes que ya se daba durante los rituales prehispánicos de la siembra y la cosecha. En mayo, la provincia se convierte en un festival animista durante la fiesta de las alacitas, cuando la gente se ofrece miniaturas que simbolizan lo que desearían poseer; una casa, un coche, dinero… En la región de Cuzco, concretamente en Paucartambo, se celebra cada mes de julio la fiesta de la Virgen del Carmen o Mamacha Carmen. Y no muy lejos, el festival Qoyllur Ritt’i reúne a más de diez mil quechuas la primera semana de junio en torno a la pintura del Niño Jesús de Sinkara. Lo que en apariencia es una romería cristiana muestra sus raíces ancestrales cuando una parte de los asistentes asciende el nevado de Ausangate para adorar al Señor de la Estrella de la Nieve y recoger trozos de hielo sagrado que luego transportan a sus comunidades. El calentamiento global, sin embargo, está causando la retracción de los glaciares andinos y quizá consiga acabar con una tradición indígena contra la que nada pudo hacer ni la mismísima Inquisición.


Los aymarás han habitado desde época precolombina la meseta andina del lago Titicaca. Hoy siguen siendo el pueblo mayoritario en la zona, donde viven dedicados al pastoreo y la agricultura.


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