Frutos de vida de la Madre Tierra

Frutos de vida de la Madre Tierra

La patata y el maiz son omnipresentes en unos mercados que reflejan la rica personalidad de cada rincón del Perú

En las afueras de la ciudad andina resulta difícil abstraerse de la disonancia de los balidos de las cabras, los gruñidos de los cerdos y los gemidos de los terneros. Los rayos del sol están aún por coronar los picos que la rodean, pero el mercado de animales está ya en pleno apogeo. Cerdos y vacas, pollos y cabras, ovejas y alguna que otra llama se agolpan en el embarrado recinto de la feria. Hombres envueltos en ponchos y gorros de lana conducen apresurados a sus terneros o sus piaras de cochinillos hacia la parte trasera de los camiones que los han de transportar. Las mujeres, abrigadas con medias de lana, venden platos de cerdo asado con choclo (maíz tierno) y chicha (aguardiente de cereal), o participan del regateo junto al vendedor. Para cuando sale el sol, el recinto empieza a calmarse. El mercado se ha desplazado a la plaza central, donde comienza un nuevo frenesí. Los vendedores extienden sus mantas llenas de lucuma o naranjilla de los valles, se cuelgan telas y artesanía en los puestos, y los carniceros exhiben ufanos sus mercancías, mientras las costureras cosen y los zapateros remiendan tapas. Aquí se venden casi todos los productos imaginables de los Andes: maíz, coca, grano… Estamos en Huanca-yo. pero podría ser cualquier mercado de Perú.
El mercado siempre ha tenido su lugar propio en este país. Durante siglos, productos de las tierras altas como la patata y la quinua viajaban hasta los valles, más cálidos, que producían maíz y coca. El algodón y la pimienta de las tierras bajas se intercambiaban por carne de llama o sal del altiplano. Hoy, la tradición pervive. Desde la práctica del trueque en el valle de Lares, en las tierras altas de Cuzco, hasta los modernos centros comerciales en los barrios de moda de Lima, el mercado sigue siendo una importante actividad social en la vida tanto rural como urbana. Pero siempre es lejos de los centros urbanos donde uno experimenta su verdadera esencia. Con la mayoría de los pueblos indígenas viviendo en las tierras altas de Perú, ése es el mejor lugar para conocerlos.


Maiz Valle Sagrado Entre más de medio centenar de variedades de maíz existentes en el Perú, en el Valle Sagrado cuzqueño se produce actualmente ocho.  La más conocida es el maíz blanco gigante, llamado también «Paraqay»,  o «Yurac Sara».

Todo tipo de productos

Desde el queso suizo y los sombreros tejidos y altos de Cajamarca, en el norte de Perú, a los mates burilados y las exquisiteces andinas de Huancayo. en las tierras altas centrales, los productos que se ofrecen son un reflejo de la personalidad de cada región. Aun así, hay constantes. Sin la patata ni el maíz, el mercado rural andino bien podría desaparecer. Más aun: como me dijo un granjero, sin la primera «la vida misma podría dejar de existir».
Con más de 2.800 variedades de patata sólo en Perú, parece estar en lo cierto. Cultivada en el sur del país hace miles de años, el humilde tubérculo ha sido el alimento básico de las familias andinas y es uno de los cultivos más importantes para los agricultores de la zona, aunque sólo vendan un ínfimo porcentaje de sus cosechas. Una porción se redistribuye entre los miembros de la comunidad o la familia como parte de un sistema de trueque que se remonta a tiempos preincas, y el resto se destina al consumo doméstico. En algunos pueblos. como en Pisac. en el Valle Sagrado de Cuzco. los tradicionales «guardianes de la patata» mantienen una relación especial, casi mística, con estos tubérculos y son los únicos que saben cuándo y qué clase de patata se debe plantar cada año.
Conocer la oca. con forma de zanahoria; la maca, dulce como el rábano, o el ulluco, de vivos colores y curvada, con apodos como «la gamba de la tierra» y «el bebé mecido», ha cambiado de por vida mi visión de la patata. La imagen retorcida. rosa y nudosa de un tubérculo pervive en mi memoria mientras camino por el mercado de Huan-cayo. y al topar con un alijo de maíz de color morado empiezo a preguntarme si acaso la altitud no estará afectando a mis facultades mentales.
Poco ha cambiado todo desde que el cronista español Bernabé Cobo observó en el siglo XVI un amplio despliegue de colores -amarillo, blanco, negro, rojo y morado- de choclo (maíz) en Perú. En la misma época, el Inca Garcilaso de la Vega se refirió también a este cereal en sus Comentarios Reales. Hoy su importancia no ha disminuido, como lo demuestran dos festivales, el de Ayrihua entre abril y mayo, y el de Aymuray. entre mayo y junio, que deben su nombre a la maduración, la cosecha y al almacenamiento del maíz. El final de su cosecha coincide con la celebración, cada 24 de junio, del Inti Raymi, el festival del Sol.


Los domingos al final del pueblo, los campesinos de los alrededores descienden a Chinchero para vender sus productos.

Maíz para comer y beber

Llamado sara en quechua, el maíz se asaba para convertirlo en cancha y los granos se trituraban para hacer la pasta conocida como huminta. o sencillamente se hervían en agua. El maíz era también un importante símbolo de la vida ritual y se empleaba como ofrenda. Los incas se referían a él como «donador de vida», y sus granos producen una bebida sagrada, la chicha, que preparaban las «elegidas» del imperio o acclas,. Estasjóvenes mascaban los granos, escupían la pulpa en una vasija que contenía agua caliente y luego la dejaban fermentar durante varios días, lo que daba lugar a una bebida ligeramente alcohólica.
Este brebaje lechoso, que se bebía en grandes cantidades, era fundamental en la mayoría de los rituales religiosos y civiles. En la actualidad sigue siendo importante, tanto que hay versiones sin alcohol para los niños: la chicha morada, de color rosa intenso, elaborada con maíz morado, y la chicha blanca, hecha con maíz blanco y espolvoreada con canela. Entre los adultos, la chicha de jora es la predilecta. Las mujeres siguen siendo las expertas en su producción, pero hoy día los granos suelen hervirse en lugar de mascarse.
Con la sed acuciando, observo una chichería en las calles que parten del mercado principal. Los aromas del estofado y la parrillada impregnan mi olfato, pero lo que persigo es el producto estrella. En una mesa compartida se sirve una ronda de la bebida de color amarillo pálido. Mientras me llevo el vaso a los labios estoy a punto de olvidar un paso importante: imitando a mis compañeros de mesa, vierto con cuidado unas cuantas gotas al suelo en honor de Mama Sara, la diosa del maíz, antes de degustar el primer sorbo.


La patata se ha extendido al resto del mundo desde Perú. Aún hoy, este humilde tubérculo es el eje sobre el que gira toda la gastronomía peruana, con centenares de variedades regionales que dan pie a un número no menor de platos. En su recolección participa toda la familia, como ésta de Cuzco.

Pervivencia de lo artesanal

Al llegar a Cuzco, el corazón del antiguo Imperio inca, el mundo rural converge con el urbano. El mercado se desparrama por la ciudad y sus vendedores ofrecen de todo, desde los últimos reproductores de CD y MP3 hasta artesanía y telas. Algunas de éstas llegan directas de fábrica, pensadas para una compra rápida y barata, mientras que otras son de exquisita calidad y están tejidas a mano, con estampados que narran una historia.
Para satisfacer mi curiosidad sobre estas telas me aconsejan ir a Chinchero, de modo que subo a un minibús que cubre el trayecto, de una hora de duración. A través de la ventanilla contemplo a los niños que llevan sus rebaños a las colinas mientras los hombres trabajan con tenacidad en los campos. Ya en el pueblo, el mercado dominical se halla en pleno apogeo. Productos frescos descansan sobre mantas tejidas a mano a los pies de los muros de un antiguo palacio inca. En las cazuelas burbujean las sopas y los estofados caseros. Habitantes de los pueblos cercanos se ponen al día de las últimas noticias y trocan sus mercancías por otras que ellos no pueden cultivar. En la plaza principal, las mujeres exhiben con orgullo sus productos: telas elaboradas con los medios tradicionales de sus ancestros incas. Echo un vistazo a varias jakimas, cintas delgadas de tela tejida, y una mujer me dice que las han hecho sus hijos: «Para nosotros, tejer es una parte esencial de la vida, desde la obtención de la lana hasta el hilado y teñido con colores que encontramos en la naturaleza. Tejer es un ritual que honra a la Pachamama, la Madre Tierra. Los símbolos de la tela son metáforas visuales que representan nuestra relación con el mundo físico y espiritual. ¡Mira a tu alrededor!». En algunas telas distingo pautas geométricas que se asemejan a montañas; otras ilustran el espacio abierto de la pampa o animales sagrados para la comunidad, como sapos y cóndores. La mujer prosigue: «Es una actividad que nos reporta dinero, pero lo más importante es que une a las nuevas y las viejas generaciones en una identidad común».

Desde Chinchero me dirijo a Puno, una ciudad del altiplano situada a orillas del lago Titicaca. Sus estrechas calles bullen con gritos y rugidos de motores, mientras los mercados se llenan con la algarabía de las mujeres aymara ataviadas con sus capas de faldas y sus bombines ladeados en la cabeza. Al alejarme un poco, oigo el sonido de zampoñas y flautas, y veo atuendos ampulosamente decorados. Pregunto a un transeúnte qué ocurre: «¡Es el festival de la Candelaria!», me contesta. Puno es la población con mayor influencia aymara de la región, y se considera también la capital folclórica de Perú: en ella se celebran más de 300 festivales al año. Sigo a la multitud y observo con atención. El festival adopta una estética católica. pero un joven aymara me aclara este detalle: «Para nosotros, la patrona de Puno, la Virgen de la Candelaria, se asocia a la Pachamama y este festival tiene sus raíces en nuestros ciclos de cultivo, siembra y cosecha. ¡Entregamos nuestras ofrendas y devoción a la Madre Tierra!».

De vuelta al bullicioso mercado, casi olvido que estoy en el centro de la ciudad. El sonido de la música se ha reducido a una chachara de voces que intercambian bienes y productos. Veo amigos que se visitan y observan a los hijos del otro. Huelo el aroma de los estofados y las parrilladas al fuego. Cato el dulzor en un vaso de chicha morada. Rurales o urbanos, los mercados siguen siendo el motor de la vida para muchos habitantes de los Andes. Ya sea procurando dinero para afrontar las cambiantes exigencias de la sociedad o fortaleciendo los vínculos sociales y recabando noticias, los mercados seguirán existiendo. Y lodo gracias a los frutos de la Pachamama.

‘Para nosotros, tejer es una parte esencial de la vida, un ritual que honra a la Pachamama, la Madre Tierra, y que une a las nuevas y las viejas generaciones en una identidad común’


La tradición textil inca es una de las más antiguas de Sudamérica. En el Valle Sagrado, las mujeres siguen tejiendo mantos y tapices con las mismas técnicas, motivos ornamentales y riqueza cromática propios de sus antepasados.

  • AUTOR Megan Son es escritora y cineasta. Pasó año y medio recorriendo a pie la Gran Ruta Inca, un viaje de 6.000 kilómetros por la espina dorsal de la cordillera de los Andes que le permitió entrar en contacto con la vida cotidiana de sus gentes.

Viajes espirituales

Los chamanes encarnan una tradición milenaria

En la selva, el interior de la tienda está en penumbra. Cada participante, sentado en el suelo de barro, acepta cuidadosamente la copa de líquido que el curandero le ofrece. Toma un sorbo y luego apura el turbio brebaje. Cierra los ojos y se deja llevar lentamente por el aroma del humo y las suaves palabras de un cántico. Su viaje espiritual está a punto de comenzar. Desde la costa hasta la Amazonia, el empleo ritual de plantas con propiedades alucinógenas ha estado presente en la sociedad peruana durante milenios. El uso en rituales del cactus de San Pedro, por ejemplo, se observa en piezas de alfarería encontradas en yacimientos de la cultura chavin (1200 a.C-200 d.C).

Plantas para sanar y conocerse uno mismo

La función del chamán o sanador pervive en todo el país. En las montañas y a lo largo del litoral se sigue usando el San Pedro, hervido junto con otras plantas para que el chamán se ayude de ellas en el tratamiento de las personas enfermas y pueda crear armonía donde había tensiones y miedos. Pero probablemente sea en la selva del Amazonas donde el chamanismo y la curación permanecen casi intactos. Allí, el chamán controla los animales y el clima, es una fuerza conservadora que sana e interpreta los sueños.
Para llegar a ser un maestro chamán en los bosques tropicales, el aprendiz debe someterse a una «dieta de plantas». Durante esa fase, las hierbas enseñarán al joven sanador sus propiedades, revelándole sus ¡coros o canciones espirituales, con las que podrá convocar ayuda durante las ceremonias.
En esas ceremonias, la ayahuasca (.aya: alma, muerto; wasca: vid, cuerda) se utiliza como uno de los dos ingredientes principales en un brebaje de plantas especialmente seleccionadas y preparadas por el chamán. Los efectos, que pueden percibirse como desagradables o alarmantes, cumplen la función de potenciar el conocimiento y la comprensión de uno mismo y del mundo. Si se respetan las plantas, su don de sabiduría será compartido.


Los chamanes otorgan propiedades curativas.


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