Cimas sagradas de cristal helado

Cimas sagradas de cristal helado

Dominada por algunos de los mayores gigantes de los andes, la cordillera blanca es una de las mecas del senederismo

Llegué a Huaraz con el recuerdo agridulce de cuando, en los años ochenta, me encontré bloqueado en la ciudad durante una semana por culpa de una huelga de mineros cuyos piquetes cortaban las carreteras. El departamento de Ancash, que es donde se encuentra la Cordillera Blanca, es una región de bellezas naturales, pero también de minas que generaban más de un conflicto. Por suerte, la situación general de Perú y de Ancash en particular ha dado un vuelco con los años, y estas situaciones ya no son tan habituales como antaño. Claro que lo que parecía un contratiempo acabó siendo un ventaja, pues por un lado me permitió una aclimatación adecuada a la altura, algo absolutamente necesario en esta pane del país si se quiere disfrutar del viaje, y por otro, los ralos pasados con un mate de coca en la mano y el mapa sobre la mesa me permitieron soñar con una futura visita de mayores pretensiones mon -tañeras, que ahora se hacía realidad. Los picos cubiertos nieves perpetuas reciben el nombre de nevados en Perú y en otros muchos países de Latinoamérica, un bonito ejemplo de cómo un adjetivo puede ocupar el lugar de un nombre por derecho propio, ya que un buen número de estas montañas se elevan hasta los 6.000 metros e incluso los sobrepasan.
La Cordillera Blanca no es otra cosa que una pequeña parte de los Andes, la cadena de montañas que surge del Pacífico en el macizo colombiano de Santa Marta y recorre todo el continente sudamericano por el oeste hasta morir en el mi-tico cabo de Hornos. En esta región del centro peruano se ubica el Parque Nacional Huascarán cuyas 340.000 hectáreas cuentan con 663 glaciares, 296 lagos y 33 picos, entre los que se hallan el más alto del Perú, el Huascarán (6.768 metros), seguido de cerca por el Huandoy (6.395 metros) y el Alpamayo (5.947 metros).
Con semejantes argumentos orográficos no es de extrañar que los montañeros europeos hayan puesto los ojos en este parque, en especial desde la publicación, a cargo de la Ósterreichischer Al-penverein de Innsbruck, del libro de Hans Kinzl y Erwin Schneider La Cordillera Blanca, que en 1950 causó una gran conmoción en los círculos alpinistas gracias a sus fotografías en blanco y negro. Desde entonces, la región no ha dejado de recibir montañeros que valoran muy positivamente las facilidades de acceso, ya que la aproximación es menos exigente que en otros lugares del mundo, como sería el caso del Himalaya. En la Cordillera Blanca se puede llegar en automóvil hasta las inmediaciones de algunos de sus hitos más destacados, aunque el esfuerzo que se haga a continuación resulte igual de agotador que una expedición por el techo de Asia y del mundo.
Tanto si se pretende llevar a cabo un trekking popular, como el de Santa Cruz desde la población de Caraz, u otro más completo, como el circuito del Alpamayo, Huaraz es el lugar indicado para aprovisionarse y, si es necesario, contratar los servicios de un guía. En 2007. el gobierno peruano estableció una norma por la que cualquiera que se aventurara en el Parque Nacional Huascarán debía hacerlo acompañado obligatoriamente de un guía oficial de montaña, pero tras recibir un aluvión de protestas, ahora sólo hace falta presentar un documento que acredite la pertenencia a un club de montaña federado, sea del país que sea. trámite que se puede hacer en las oficinas de la reserva en Huaraz. donde además hay que ir para abonar el billete de ingreso al parque.
La travesía del Alpamayo, que era nuestra elección. se completa en ocho días tras caminar cerca de 140 kilómetros, pero en el camino no hay refugios, por lo que la acampada libre es la solución evidente. Esto implica emprender la marcha entre los meses de junio y agosto, momento en que los días son soleados y las noches moderadamente frías. En resumen, que debemos cargar con todo lo necesario o buscar muías y porteadores.


Con sus 6.768 metros de altitud, el Huascarán es el techo de Perú. Su mole, vista desde el camino que lleva al lago Llanganuco, domina el parque nacional homónimo.

Ambientes montañeros

Mientras se resolvían todos los detalles, aprovechamos para recorrer un poco la ciudad y sus alrededores. Huaraz tiene un aire que recuerda el ambiente montañero de la nepalí Pokhara, a los pies del Annapuma. pero también a una ciudad polvorienta del lejano Oeste americano, algo sobre todo palpable en Punta Callan, un mirador perfecto sobre la ciudad y su friso de montañas. Algo más al sur. tomando un desvío a la altura de Pachacoto, aprovechamos para contemplar la famosa titanca o puya Raimondi. una planta pariente de la piña que crece a 4.000 metros de altitud, necesita alrededor de 35 años para desarrollarse y en su plenitud alcanza los ocho o diez metros de altura. Mientras la admirábamos, el chófer que nos había acompañado hasta allí no paraba de repetir «es increíble lo que la naturaleza nos pueda dar». De la calidad de su interpretación dedujimos que un buen puñado de turistas la habían escuchado antes que nosotros.
Las puyas deben su nombre a Antonio Raimondi. un investigador italiano del siglo XIX que dedicó 40 años de su vida a catalogar las bellezas naturales de Perú, en especial del Callejón de Huaylas, ese valle labrado por el paso del río Santa entre la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra, esta última oscura y triste si la comparamos con su hermana nevada. Mientras circulábamos por él hacia el punto de inicio de nuestra caminata. íbamos tropezando con los pueblos a los que el sabio puso sobrenombre. Por ejemplo, a Yungay la llamó «Hermosura», aunque en 1970 el mayor terremoto sufrido por el país destruyó el lugar por completo. Hoy señala su antiguo emplazamiento una imagen de la Virgen. A Recuay, cerca de donde crecen más puyas, le tocó el apodo de «Ladronera». apropiado si se considera que allí las fiestas sólo se consideran un éxito si ha muerto alguien. La verdad es que la tradición de quitarle a un toro la guirnalda que se le pone entre los cuernos favorece los accidentes… Bromas aparte, lo cierto es que el Callejón de Huaylas añade a la emoción del trekking su aislamiento, que hace que los pobladores conserven sus tradiciones ancestrales y los trabajos del campo todavía se realicen a mano o con ayuda de un arado y un par de bueyes. Un lugar ajeno al paso del tiempo, en el que uno de los principales combustibles del hogar es la leña obtenida de los eucaliptos que crecen por doquier perfumando la región con su aroma balsámico.


En la Cordillera Blanca abundan los lagos de color esmeralda. El Parón es el más grande de todos ellos.

Vistas increíbles entre nevados

Justo antes de llegar a Caraz. «Dulzura», abundan los árboles de aguacate, que allí llaman palta y que uno espera encontrar en un ambiente más tropical. A la derecha de la ruta se abre la pista que lleva al lago Parón. instalado en un circo glacial rodeado de nevados que deja sin habla y al que sólo se puede llegar andando o en colectivo, como llaman a los minibuses en la zona. Descartada la tentación de seguir esa ruta y la de comprar aguacates todavía verdes, nos apeamos algo más lejos, en Hualcayán. el sitio adecuado para alquilar unos burros que cargarán con nuestro equipo. Desde ese punto, la ascensión en zigzag ofrece vistas increíbles del Callejón y del valle del río Santa, con un gran despliegue de quenuales a lado y lado del camino. Este arbolito tiene una corteza laminada que se desprende como las capas de una cebolla, lo que forma una capa de aire alrededor del tronco que lo protege de las heladas. La segunda jornada nos reservaba el paso más elevado que debíamos afrontar en nuestra ruta, el de los Cedros, situado a 4.850 metros de altitud. Para llegar hasta allí bordeamos la laguna Cullicocha. erosionada por la instalación de una central hidroeléctrica. Otro paso de montaña extenuante, el de Osoruri, nos llevaría al día siguiente al feliz descenso hacia la Quebrada de los Cedros, donde habita una comunidad agrícola formada por casas de adobe dispersas. En bancales que parecen guardar un precario equilibrio sobre el fondo del valle, se cultivan patatas, altramuces y judías. Las piedras usadas en los muros de contención retienen el calor del sol y evitan que se pierda la cosecha a causa del frío.
Instruidos sobre el lenguaje de las banderas que se colocan en las viviendas, nos acercamos a una en la que ondeaba una enseña de color blanco, señal de que allí se vendía pan. La bandera roja indica que hay chicha, una bebida alcohólica que se prepara con maíz o papa fermentada. mientras que la verde revela que la señora de la casa quiere compañía. Teniendo en cuenta los días y trabajos que teníamos por delante, evitamos las dos últimas sin pensarlo dos veces. En cambio, sí que conversamos con una mujer que cuidaba de su rebaño con la ayuda de un perro y una honda. El sol y las inclemencias hablan trabajado su rostro de manera que cualquier edad era posible: cuando le preguntamos cuántos años tenía, contestó con el peculiar acento de la sierra: «No sé. no tengo dientes».
Uno de los momentos mágicos de la aventura fue cuando acampamos en Jancarurish, a los pies del Alpamayo, un coloso que fue elegido en la década de 1960 como el más bello del mundo en una votación popular celebrada en Alemania. La pirámide de hielo que lo corona es perfecta, y cuando refulge con la luz del atardecerse convierte en uno de los recuerdos que no te abandonan en la vida. En 1957, una expedición alemana liderada por Günter Hauser coronó por primera vez esta belleza de cristal, aunque hoy la vía más usada para llegar a la cima es la abierta en la cara sudeste por Cassimo Ferrari en 1975. En esa dirección avanzaba un pequeño grupo de escaladores bien equipados, mientras un oso andino o de anteojos huía del colorido de sus chaquetas técnicas. No tuvimos ocasión de contemplar ningún otro, aunque no faltaron las vizcachas, un roedor veloz como una liebre, sobre todo cuando descendíamos de los glaciares del Alpamayo con la vista puesta en el Callejón de Conchucos, una zona ondulada que recuerda el paisaje de las Highlands escocesas.

La pirámide de hielo que corona la cima del Alpamayo es perfecta, y cuando refulge con la luz del atardecer se convierte en uno de los recuerdos que no te abandonan en la vida


En un parque nacional sin refugios como el Huascarán. a la hora de echarse a la ruta hay que ir pertrechado con todo lo necesario, incluida la tienda de campaña. En caso de excursiones largas se recomienda contratar un servicio de arrieros y mulas.

Huellas de la cultura de Chavin

Si hubiéramos cruzado al otro lado del Callejón habríamos llegado a Chavín de Huantar, un singular yacimiento arqueológico de la cultura pre-inca de Chavín. Su compleja red de túneles de piedra y su arle recargado y simbólico, con esculturas de expresión feroz, nos hablan de un pueblo que desempeñó un papel esencial en el proceso de unificación de las culturas andinas peruanas. Uno de los grandes acontecimientos de la caminata llegó casi al final, cuando contemplamos la cara norte del macizo desde el paso de Tupatupa, una vista de largo recorrido, ya que nos acompañó a lo largo de toda la bajada hacia la meta. Ésta quedaba algo más allá del pueblito de Quisuar. en un lugar llamado Vaquería, por el que en algún momento nos aseguraron que pasaría un autobús en dirección a Huaraz. Algunos cóndores nos observaban desde las alturas, tal vez sopesando nuestras posibilidades de acabar sanos y salvos el viaje.
Sin embargo, un minuto más tarde abría ante nosotros sus puertas el anhelado transporte. Pero el camino aún nos reservaba una de las más bellas imágenes de la Cordillera Blanca, que también supone una tipica excursión en coche desde Huaraz. Es la panorámica del valle de Llanganuco desde lo alto del paso de Portachuelo. Solicitamos al conductor que se detuviera un momento para disfrutar del azul eléctrico de los lagos Orcanco-cha y Chinancocha, nombres de unos enamorados legendarios rendidos a los pies del poderoso Huascarán, que con su manto blanco separa la cuenca del rio Amazonas del océano Pacífico.
El resto de pasajeros no parecían muy impresionados, acostumbrados a circular por allí a menudo camino de los mercados del valle. No obstante, uno se acercó a contarnos que en aquellos lagos vivía Ichic Ollco. un duende capaz de retenernos con sus historias durante años, aunque a nosotros nos parecerían minutos mientras estuviéramos con él. Mis compañeros y yo nos miramos y supimos que correríamos el riesgo de encontrarlo: el viaje de vuelta podía esperar.

Los antiguos habitantes de la cordillera Huayhuash tenían por costumbre aplacar las iras de los ‘apus’ o espíritus de las montañas subiendo a ellas y ofreciendo sacrificios


A pesar de ser una zona relativamente reducida, de 20 kilómetros de anchura y 180 de longitud, la Cordillera Blanca acoge más de 50 picos de 5.700 metros o más de altitud. Si se quiere comparar, en América del Norte sólo hay tres cimas de esa magnitud y en Europa, ninguna. Caminar por estas montañas requiere una buena preparación física, sobre todo para soportar el mal de altura. Conseguida la aclimatación, se puede disfrutar de paisajes tan evocadores como la laguna Taullicocha, acurrucada a los pies del nevado Taulliraju, de 5.840 metros de altitud.

Un afilado serrucho de hielo

Huayhuash posee cimas que son todo un reto para los escaladores

La cordillera Huayhuash es la «hermana pequeña» de la Cordillera Blanca, motivo por el que pasa casi desapercibida en muchos mapas de Perú y también para buena parte de los excursionistas que se acercan a la región. Sin embargo, Huayhuash dispone de una cresta helada compuesta por doce cimas que componen un paisaje semejante a un serrucho de hielo. Entre esas cimas destaca la del Yerupajá, que con sus 6.634 metros es la segunda más alta del país. Este pico fue coronado oficialmente en 1950 por una cordada estadounidense, aunque el hallazgo de restos arqueológicos a gran altura da a entender que los sacerdotes preincaicos llegaron mucho antes. Los antiguos habitantes de ésta y otras zonas de los Andes tenían por costumbre aplacar las iras de los apus o espíritus de las montañas con sacrificios, en algunos casos de niños de corta edad. Muchas veces se trataba de ofrendas realizadas durante la ceremonia de Capac Hucha u «obligación real», que tenía lugar entre abril y julio para propiciar una buena cosecha.

El ‘muerto’ vivo del Siula Grande

Tal vez ofendieron a los apus los escaladores Joe Simpson y Simón Yates cuando decidieron escalar el Siula Grande (6.344 metros) en 1985, aventura que quedó por escrito en el libro Tocando el vacio y que dio cierta notoriedad pública a la cordillera Huayhuash. En el ascenso, Yates dio por muerto a Simpson, quien milagrosamente consiguió salir de la grieta en la que había caído y llegara rastras hasta el campamento base.
Menos peligroso, pero igual de duro, puede ser el circuito del Huayhuash, una ruta de 170 kilómetros que se completa en doce días de marcha. El punto de acceso idóneo es Chi-quián o, un poco más adelante, Llamac. Este también es un destino adecuado si sólo pretendemos afrontar una excursión por los alrededores sin mayores alardes, para disfrutar de los valles de Pacllón y Llamac, con sus bosques de eucalipto azul y nogales entre los que vienen y van los colibríes. Por lo demás, en Huayhuash alternan los paisajes de puna andina o pastos de altura con los glaciares y el ambiente de alta montaña. Por su dureza, esta ruta sólo se recomienda a montañeros experimentados y que viajen en grupo.


Aunque menos conocida que la Cordillera Blanca, la cordillera Huayhuash no es menos impresionante, con cimas tan emblemáticas como la del Jirishanca, de 6.094 metros. La sensación es la de hallarse en una tierra Indómita y por descubrir.


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